“Nunca olvides tus raíces (no sólo las familiares o étnicas), no pierdas nunca lo que te une a nuestra América Latina, esto siempre te reafirma quién eres y hacia dónde vas con el teatro que quieres hacer y lo que quieres decir creativamente”. Raquel Seoane
El teatro me permitió ahondar en su mundo, un espacio asombroso, demandante, sensual, aprensivo, celoso y cautivante desde temprana edad. Entre los seis o siete años de edad, recuerdo que, al salir de la escuela, corría a la tienda de la esquina por algunas cajas vacías de productos que allí se vendían, para luego transformarlas en universos paralelos a mi realidad, convirtiendo la pequeña sala de mi casa en un escenario.
Unas cuantas corcholatas de refresco me servían para dar vida a infinidad de personajes de la tele de aquel momento (1970-1982) y crear mis propias historias, mundos paralelos que brotaban, de manera natural, de mi corazón de niño hechizado. En aquellos años, la vida social en Uruguay no era sencilla, el adoctrinamiento en muchas ocasiones se imponía sin ser llamado y nos indicaba cómo y de qué manera se tenían que hacer y decir las cosas. La doctrina se asentaba como algo cotidiano. Pero el conocer el asombro ante otras realidades se impuso defendiéndome de la realidad. La escuela primaria y el carnaval fueron esenciales para mi relación con el teatro; fueron forjando la identidad ciudadana, un espíritu libre, mi ética y hoy —ya con las canas a cuestas—, una poética.
Con el pasar de los años vino mi autoexilio en México, la tierra que recibió en los años difíciles del Uruguay a dos actores maravillosos, integrantes de la agrupación teatral El Galpón. Ellos fueron Blas Braidot y la actriz Raquel Seoane. Desde su llegada a tierras aztecas —y junto a un grupo de jóvenes mexicanos—, crearon una institución que rompía con los modelos de producción teatral establecidos en el país hasta ese entonces para así volverse un referente dentro del teatro latinoamericano. Grandes figuras de la escena mexicana y su dramaturgia contribuyeron a la poética de Contigo América, donde no puedo dejar de mencionar a Vicente Leñero con la obra: ¡Qué pronto se hace tarde! y El ausente, escrita especialmente por Víctor Hugo Rascón Banda para la compañía en aquel momento.
Soy ante todo un convencido de que lo primordial en este quehacer que nos convoca, es estar siempre en conflicto perenne con lo que el oficialismo nos plantea; lo cual nos amplía el camino, nos abre la posibilidad de sentir y estar vivos, de amar, de pensar distinto a lo que el gobierno en turno impone, o lo que la publicidad y la televisión disponen para nosotros.
Estoy a unos cuantos días de estrenar y volver al escenario… En esta temporada y en un país tan diverso como el nuestro, sí, nuestro, y hablo de México, lo social, lo ético y lo político parecen caminar por la cuerda floja, reflexiono y medito sobre el teatro y los nuevos lenguajes. Acerca de la interrelación con los públicos, de ayer y de hoy. Me detengo para contemplar en qué han mutado la comunicación y el hecho teatral y escénico a un año de la pandemia. Retomando el hilo del discurso, no es fortuito que hablara de Contigo América. A mi cabeza vuelve aquel encuentro con Raquel Soane en el año 2010, dentro de la penumbra de la sala, una vez terminada la función de Nuestra Señora de las Nubes, de Arístides Vargas: nunca olvides tus raíces (no sólo las familiares o étnicas), no pierdas nunca lo que te une a nuestra América Latina, esto siempre te reafirma quién eres y hacia dónde vas con el teatro que quieres hacer y lo que quieres decir creativamente.
Soy ante todo un convencido de que lo primordial en este quehacer que nos convoca, es estar siempre en conflicto perenne con lo que el oficialismo nos plantea; lo cual nos amplía el camino, nos abre la posibilidad de sentir y estar vivos, de amar, de pensar distinto a lo que el gobierno en turno impone, o lo que la publicidad y la televisión disponen para nosotros.
Buscar un lenguaje común entre los creativos, esa es la meta. A partir de este punto —entonces y solo entonces— defender ante todo la posibilidad del intercambio humano, no solo entre artistas sino con el público, que debería ser la razón de ser y existir para todo artista de la escena. Para ello, debemos crear familia, consolidar una voz y que esta hable, provoque, denuncie, acaricie, sorprenda, nos desempolve el pasado, nos saque del hastío contemporáneo, una voz crítica, capaz de referirse a nuestro presente y a nuestro entorno, sin agraviar.
La situación actual me asfixia, aunque me lleva a estar “aquí y ahora” más vivo que nunca. Me incita e invita a correr riesgos, lo cual es inevitable en mi profesión y en la de los demás colegas que se dedican al teatro. Una posibilidad única, porque nos permite habitar este otro universo alterno y vivirlo en toda la extensión física y emocional.
Hoy necesitamos luchar juntos sin menoscabar al otro, ni rechazar a quienes provienen de otras tierras donde se persigue el mismo sueño, pero, con otras palabras. Requerimos de esa unión tan grata, tan humana y perseverante. Hay que partir de un teatro urgente para un mundo herido. Para una sociedad en riesgo de terminar por no escucharse a sí misma, confundida entre el eco de gritos, voces y contaminaciones. Y de esta manera, experimentar una realidad fuera de la cotidianeidad para, quizás, sembrar esperanza. Debemos, por ello, recuperar nuestra identidad y aceptarnos tal cual somos, no es necesario imitar vanguardias extranjeras o modas aparentes, simplemente debemos Ser y Existir. La pluralidad de voces enfocadas a defender los valores de la tierra, del planeta dominado y dominante, clama para ser escuchada. Por ello debemos recuperar el sentido del oído. Reaprender a escucharnos, a convivir.
Creo que hoy queda mucho teatro por venir, teatro del nuestro y de todos, porque la esencia del contacto y de las ganas infinitas de decir, jamás pueden apagarse. Recuerden, amigos creadores, que el espacio del Arte es un lugar para sentirnos más cerca de la palabra y los sentimientos más profundos del ser humano, sobre todo los del humano que tenemos enfrente, más allá de raza, género o religión. Recuperemos un poco de ingenuidad y de alegría. Los invito a jugar con las cajas de cartón y las tapas de refresco o corcholatas (a la mexicana), desde todos los confinamientos impuestos o no. Más libres que ninguno, más libres que nunca.
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