Adaptación del texto (Egri, 2017 segunda edición) narrativo
Hoy, tras varios días de incertidumbre, confusión y reflexión, me encuentro frente a la máquina, buscando el punto donde convergen todas mis ideas, mis palabras e incluso el caos de mis pensamientos y la comprensión del amor. Mi encuentro con Borges nunca fue cercano, podría decir que es casi nulo. Hasta ahora, me resulta difícil comprender ese minúsculo punto en el espacio cuando el amor es tan grande. Lo llamo minúsculo porque mi comprensión del universo o del espacio exterior escapa a mi entendimiento, como escapa el entendimiento del bendito amor. Quizás se requiera un toque de locura y cierta desvinculación con lo cotidiano para captar y llenar de sentido a ese bendito punto que contiene todos los puntos y la creación del cosmos, del universo. Desde esa perspectiva, quien lo observe podría abarcar todo lo existente en un solo instante y desde cualquier ángulo imaginable. Son en estos momentos donde quisiera rencontrar mi misticismo.
El cuento «El Aleph» fue escrito por Jorge Luis Borges, en argentina y publicado en 1945. Es Borges quien introduce el concepto del Aleph. Este Aleph es la clave central de la historia. Será el detonante para la experiencia mística y sobrenatural que desafía la comprensión humana de Borges. El cuento se centra en esa búsqueda por parte del protagonista, que a su vez es narrador y escritor, el propio Borges, quién va dibujando su autoficción bibliográfica, es como si su otro yo, o su álter ego hablaran, provocando en el mismo Borges un encuentro con la memoria, sus miedos, sus amores no materializados y sus propios pensamientos.
En resumen, “El Aleph” comienza con una introducción que explica el significado del Aleph. Según el narrador, es un punto microscópico en el sótano de la casa de su difunta amiga Beatriz Viterbo, en Buenos Aires. Desde ese punto, se puede ver el universo entero en toda su magnitud y detalle. Borges nos cuenta que Beatriz ha fallecido y su primo, Carlos Daneri, (el pseudo poeta) ha decidido construir una proeza sobre el Aleph que habita su casa, desea que su poema contenga una descripción completa del Aleph y así dejar un testimonio inmortal de su propia existencia. El narrador (Borges) de esta historia visita la casa de Beatriz, para ofrecer sus condolencias a la familia, y allí conoce a Daneri, quien le revela su proyecto. Aunque Borges inicialmente se muestra escéptico, apático sobre la existencia del Aleph, comienza a dudar cuando escucha a Carlos Daneri recitar parte de su poema, que contiene detalles que solo podrían haber sido obtenidos a través de una experiencia metafísica y es nada más y nada menos que el Aleph. Luego de una serie de encuentros y discusiones con Daneri, Borges, en este caso el narrador finalmente consigue ver el Aleph por sí mismo en el sótano de la casa. Al contemplarlo, experimenta una sensación angustiosa, podría decirse incomprensible para la mente humana al ver todas las cosas en un punto que, a su vez, contiene dentro de sí, todo el universo. “El Aleph” acaba con el narrador tomando una decisión significativa sobre el futuro del poema de Carlos Daneri y reflexionando sobre las sugerencias filosóficas y metafísicas del Aleph y que, aunque el narrador puede tener una visión parcial y subjetiva del Aleph, nunca podrá comunicar completamente la magnitud de su experiencia a los demás.
EL ALEPH
DRAMATIZACIÓN O ADAPTACIÓN TEATRAL – MMXXIII
NELSON CEPEDA BORBA
Personajes:
JLBorges – El escritor y narrador.
Beatriz – El amor, la vida y la muerte.
María Kodama – La otra cara del amor.
Carlos – Pseudo escritor.
Lecho de una moribunda: Beatriz Viterbo. Entra JLB acompañado de su eterno bastón. María Kodama le acompaña y se escabulle discretamente por la puerta entornada de la clínica. Antes de salir, mira desde lejos a JLB, en sus ojos hay celos, ella es discreta, no vuelve a aparecer.
CUADRO 1
JLBORGES. (Se sienta parsimonioso. La contempla. Beatriz Viterbo estira con cierta debilidad la mano. Él hace lo mismo hacia el lado opuesto: no logran hallarse. Luego, las manos se rozan: sienten que se queman.) He de decir, a juicio de equivocarme, que este cuentecillo forma parte de una desquiciada trilogía que, junto a El Zahir y La escritura del dios, me ha salido como un borbotón de sangre.
BEATRIZ. ¿Estoy en él?
JLBORGES. Ah, mi querida Beatriz. Beatriz Viterbo. Estás ahora mismo con una despampanante máscara en los carnavales de 1921.
BEATRIZ. No. Estoy en mi lecho de muerte.
JLBORGES. Pero en mi mente estás allá, riendo, deseosa de beber champaña, vino, zumo de frutas… No lo sé. Nada sabemos.
BEATRIZ. ¿Qué decías acerca de mi cuento?
JLBORGES. ¿Cómo sabes con tanta precisión que se trata de “tus cuentos”?
BEATRIZ. Me los prometiste. Antes de… despedirme… o sea, morir.
JLBORGES. Las promesas pierden todo significado cuando se cierne la muerte.
BEATRIZ. Los cuentos.
JLBORGES. Siempre he detestado el constructo “cuentos”. Nada tiene qué ver con la grandiosidad de una condensación. Prefiero llamarles “relatos”.
BEATRIZ. Ya sea una cosa u otra… quiero aclarar el misterio. ¿Desde dónde partiste?
JLBORGES. Desde el muelle más cercano. (Ríen.)
BEATRIZ. Retruécanos de palabras. Cercenar la cabeza de la inteligencia con el cuchillo de la temperancia.
JLBORGES. (Susurra.) Te contaré: pero sólo porque me lo exiges. Se trata de revelar microcosmos infinitos. Sabes que adoro recrear una multiplicidad de referencias panteístas que confundan al lector.
BEATRIZ. Los cuadros de René Magritte…
JLBORGES. ¡Puedo verlos! Distinguirlos desde mi ceguera podría ser más preciso.
BEATRIZ. El caso es…
JLBORGES. El caso es que intento hallar llaves tonales que te permitan acceder al Universum desde otras maneras…
BEATRIZ. ¿Combinación metafísica?
JLBORGES. Si así quieres nombrarle.
BEATRIZ. Al final todo irá al fuego.
JLBORGES. Incluyendo las propias cenizas. Un viento de fuego las dispersará.
BEATRIZ. Como a mi cuerpo. (Piensa.) “Cambiará el Universo, pero yo no.”
JLBORGES. Lo has conseguido. Nos hemos puesto a filosofar como colegiales… Ah, Beatriz… Este cuento ya posee un nombre: El Aleph.
BEATRIZ. ¡El ombligo secreto! ¡Tantas veces lo rozamos!
JLBORGES. (Emocionado.) ¡Pero esta vez creo que lo he conseguido!
BEATRIZ. Espera, bebo algo de jugo. Mi garganta es el Inferno. (Bebe, él la ayuda.)
JLBORGES. Comencemos pues…
BEATRIZ. Soy toda ojos y oídos para ti, Jorge.
CUADRO 2
(Cambia el espacio: mutación de luz. Beatriz avanza suavemente en su bata blanca de Hospital. Todo el espacio comienza a formar parte de la ficción, como en ráfagas de Magritte…)
JLBORGES. “Beatriz Viterbo murió en 1929… no dejé pasar un 30 de abril sin volver a su casa.”
BEATRIZ. El cuento. Te escucho.
JLBORGES. Había una vez… ¡ah, las gestas medievales, los cuentos para infantes insomnes…! Todos reunidos alrededor del fuego: “ese fue al que no dejamos de contemplar sin un asombro antiguo.”
BEATRIZ. ¿Cómo empezaba?
JLBORGES. ¿Qué?
BEATRIZ. La narración.
JLBORGES. Lo he olvidado.
BEATRIZ. Reinvéntalo.
JLBORGES. Lo intentaremos juntos. ¡Ensemble!
BEATRIZ. Al final no son los escritores quienes cuentan las historias: todo parte del impulso del personaggio.
JLBORGES. (Riendo.) Me has obligado a toser.
BEATRIZ. Recomienza.
CUADRO 3
JLBORGES. (narra. Se trastoca el espacio: una gran pantalla de sombras revela las figuras.) “La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita.”
(Comienza a llover. Un muñeco corre con gabardina y paraguas a través de la veredita y se refugia en un porche. Siluetas negras. Se sacude el agua que gotea. Hace sonar la campana de la casona de Beatriz. Abren.)
JLBORGES. “(…) en 1933, una lluvia torrencial me favoreció: tuvieron que invitarme a comer. No desperdicié, como es natural, ese buen precedente; en 1934, aparecí, ya dadas las ocho, con un alfajor santafecino; con toda naturalidad me quedé a comer. Así, en aniversarios melancólicos y vanamente eróticos, recibí las graduales confidencias de Carlos Argentino Daneri.”
CUADRO 4
(Sala confortable, leños que crujen, vino, sombras levemente sombreadas.)
CARLOS. Mírala, Jorge. Beatriz es “alta, frágil, muy ligeramente inclinada; hay en su andar una como graciosa torpeza.”
JLBORGES. La puedo ver.
BEATRIZ. (Describe.) “Carlos Argentino es rosado, considerable, canoso, de rasgos finos. (…) es autoritario, pero también es ineficaz.”
CARLOS. Si me describes así, el respetable espectador jamás podrá ubicarme.
JLBORGES. Dejala.
CARLOS. (Brindando.) ¡Evoquemos a Paul Fort! “Es el Príncipe de los poetas de Francia.” (…) «En vano te revolverás contra él; no lo alcanzará, no, la más inficionada de tus saetas.»
JLBORGES. ¡Peccata minuta!
CARLOS. “Lo evoco (…) en su gabinete de estudio, como si dijéramos en la torre albarrana de una ciudad, provisto de teléfonos, de telégrafos, de fonógrafos, de aparatos de radiotelefonía, de cinematógrafos, de linternas mágicas, de glosarios, de horarios, de prontuarios, de boletines…”
JLBORGES. Hoy no deseo hablar acerca de él. Me preocupa terminar un cuento que he comenzado en futuro: para tu Beatriz. Nuestra Beatriz.
CARLOS. (Carraspea.) ¡Presto! No quiero a echar a perder esta velada: últimamente estos aguaceros fortuitos, se ponen de nuestra parte.
JLBORGES. ¡Mirá, Carlos! En determinado instante, todo es penumbra. Las palabras, los goces, los símbolos mágicos, la estructura perfecta… Y tras ello, se derrumba cada pirámide alrededor de nosotros tres.
BEATRIZ. Me incluiste. (Burlándose.) Soy un ama de casa servil.
CARLOS. No por ello menos hermosa, Beatriz.
JLBORGES. D’Accord!
CARLOS. ¿Cómo seguía?
JLBORGES. (Contemplando a Beatriz, que sirve copas.) ¿Qué?
BEATRIZ. Concentrarse es la ley de los bohemios.
CARLOS. ¡Tu narración! La que escribes y describes en futuro.
JLBORGES. (Bromea.) ¿Cómo puedo saberlo?
BEATRIZ. Intenta.
CARLOS. Andiamo, Giorgio!
JLBORGES. (Carraspea.) Bene. (Pausa larga.) “Lasciate ogni speranza voi ch’entrate.”
CUADRO 5
BEATRIZ. Sólo deseo que llegues al final, che. O me habrás vendido la trama. (Regaña.) Nada más importante que el hilo de Ariadna. (Se arrodilla.) ¡Por favor, Jorge, comienza por el final, por el telón que degüella a Marie Antoinette!
JLBORGES. Si así lo deseas. Veamos… ¿Qué es lo importante de tu cuento que es mi cuento? O narración, porque “cuento” podría vulgarizar algo tan speziale… como ya hemos dicho.
(La imagen se transforma nuevamente: en proyección de moda, tan insoportable como las ondas de una bomba atómica dentro de la sala teatral,
se pueden observar destellos de tiempo, pliegues cronotemporales neónicos.)
CUADRO 6
JLBORGES. Entonces lloré cabizbajo. Porque no hay nada más triste que cerrar las puertas de una narración que debería ser eterna (y eternizada por la concupiscencia de la lectura). ¡Vaya sacrilegio! Ya nadie lee. Fuera de la avalancha de bestsellers en hoteles ‘all inclusive’… tirados sobre las tumbonas de la playa, manchados por la arena sucia… nadie lee. Quiero morir antes de que muera el tango. Como tú, Beatriz: morir d’amour… Morir antes de que a una horda de salvajes se le ocurra componer canciones de odio contra la mujer, contra la Belleza y a favor de las cadenas de oro y los autos rampantes. (Se escucha el eco de un reggaetón).
Veamos:
JLBORGES. “A partir del viernes a primera hora, empezó a inquietarme el teléfono. Me indignaba que ese instrumento, que algún día produjo la irrecuperable voz de Beatriz, pudiera rebajarse a receptáculo de las inútiles y quizá coléricas quejas de ese engañado Carlos Argentino Daneri. Felizmente, nada ocurrió -salvo el rencor inevitable que me inspiró aquel hombre que me había impuesto una delicada gestión y luego me olvidaba. (Pausa.) El teléfono perdió sus terrores, pero a fines de octubre, Carlos Argentino me habló. Estaba agitadísimo; no identifiqué su voz, al principio. Con tristeza y con ira balbuceó que esos ya ilimitados Zunino y Zungri, so pretexto de ampliar su desaforada confitería, iban a demoler su casa.”
CARLOS. (Voz telefónica, gutural.) ¡La casa de mis padres, mi casa, la vieja casa inveterada de la calle Garay! (Tr. ) Mi abogado, el Dr. Zunni, los pondrá de vuelta y media. Tú enredado en tus narraciones y yo preocupado por esa vieja casa. ¿Qué hacer?
JLBORGES. Pero, Carlitos… ¡¿por qué diantres es importante esa casa?!
CARLOS. Jorge… para terminar mi poema me es indispensable esa casa.
JLBORGES. Explicate, mio caro. (A público.) En estos instantes un camino sinuoso y frío comienza a competir con el tránsito de médula por mi columna jónica, vertebrada, abismal. (Aterrorizado y excitado a la par.) Tiemblo. Ascolto!
CARLOS. En un ángulo del sótano hay un Aleph.
CUADRO 7
JLBORGES. Entonces Carlos me lo explicó:
CARLOS. “Está en el sótano del comedor (…) Es mío, es mío: yo lo descubrí en la niñez, antes de la edad escolar. La escalera del sótano es empinada, mis tíos me tenían prohibido el descenso, pero alguien dijo que había un mundo en el sótano.”
JLBORGES. “Se refería, lo supe después, a un baúl, pero yo entendí que había un mundo.”
CARLOS. “Bajé secretamente, rodé por la escalera vedada, caí. Al abrir los ojos, vi el Aleph.”
JLBORGES. ¿El Aleph?
CARLOS. “Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos. A nadie revelé mi descubrimiento, pero volví. ¡El niño no podía comprender que le fuera deparado ese privilegio para que el hombre burilara el poema! No me despojarán Zunino y Zungri, no y mil veces no. (Furioso.) Código en mano, el doctor Zunni probará que es inajenable mi Aleph.”
JLBORGES. “Traté de razonar. Pero, ¿no es muy oscuro el sótano?”
ECO. “La verdad no penetra en un entendimiento rebelde. Si todos los lugares de la tierra están en el Aleph, ahí estarán todas las luminarias, todas las lámparas, todas las fuentes de luz.”
JLBORGES. “Iré a verlo inmediatamente. (A público.) Corté.”
CUADRO 8
(En la imagen de la pantalla se observa a la figura que corre con todas sus fuerzas desafiando sombras que crecen: vientos, arenas movedizas, animales fantásticos… Luego rompe una puerta de la casa castigada y entra. La figura del muñeco desciende una escalera infinita…)
JLBORGES. (Leyendo en un ángulo en semipenumbra. Voz off con su acento argentino. Las imágenes bombardean la sala entera: todos los espectadores cubiertos por una inmensa carpa de seda aromática. Se recomienda usar perfume Oud para esta escena.) “En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer en el pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemon Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico, yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osatura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo. (… Pausa.) Sentí infinita veneración, infinita lástima.” (Una avalancha de nubarrones se cierne sobre los personajes: gobo.).
CUADRO 9
CARLOS. “Tarumba habrás quedado.”
JLBORGES. ¡Ah, infinitud, cuán pequeña eres a mis ojos cubiertos de nubes!
CARLOS. “Aunque te devanes los sesos, no me pagarás en un siglo esta revelación. ¡Qué observatorio formidable, che Borges!”
JLBORGES. (Balbucea.) “Formidable. Sí, formidable.”
CARLOS. (Bromea vulgarmente.) “¿Lo viste todo bien, en colores?”
JLBORGES. (Anonadado.) Formidable. (A público.) “En ese instante concebí mi venganza.” (Tr.) Más tarde, la olvidé. Cuando se ha visto todo, cuando se ha sentido todo, uno olvida cualquier forma de venganza.
CUADRO 10
JLBORGES. (Derrumbado.) “Temí que no quedara una sola cosa capaz de sorprenderme, temí que no me abandonara jamás la impresión de volver. Felizmente, al cabo de unas noches de insomnio, me trabajó otra vez el olvido.”
BEATRIZ. (En la camilla del Hospital, como en el primer cuadro. Se siente cada vez peor: el dolor la inunda por todos los poros, órganos y sentidos.) ¿Lograste verlo entonces? (TR. Suspiros continuos.) Carlos nunca me permitió… (pausa larga, respira jadeante) quizá por ello me siento a veces tan desdichada en esta vida. Quizá. ¿Sabes?, después de aquello, Carlos recibió el Segundo Premio Nacional de Literatura.
JLBORGES. Lo supe. 1943.
BEATRIZ. Me dijo que te sentiste invadido por la envidia.
JLBORGES. Así me lo escribió.
BEATRIZ. ¿Qué te dijo?
JLBORGES. (Repite de memoria. Riendo con cierta melancolía. Aprieta la mano de Beatriz, temblorosos…) «Recibí tu apenada congratulación», me escribió. «Bufas, mi lamentable amigo, de envidia, pero confesarás -¡aunque te ahogue!- que esta vez pude coronar mi bonete con la más roja de las plumas; mi turbante, con el más califa de los rubíes.»
BEATRIZ. ¿Podría pedirte un favor? (Un dejo de voz, susurrante.) Bueno, dos.
JLBORGES. Decime.
BEATRIZ. Llámame como cuando éramos chicos.
JLBORGES. (Le susurra al oído.) Portinari. Beatrice Portinari. (Una lágrima acaricia el rostro de ella.) ¿Y el segundo deseo?
BEATRIZ. Un beso. El que nunca me diste. (Jorge Luis Borges se acerca a ella y besa delicadamente sus labios quemados.) Ti amo.
JLBORGES. Anch’io ti amo.
BEATRIZ. Bene. (Para sí. Con una sonrisa femenina. Eterna.) Io posso morire in pace.
JLBORGES. “¿Existe ese Aleph en lo íntimo de una piedra? ¿Lo he visto cuando vi todas las cosas y lo he olvidado? (Pausa, suspira.) Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de Beatriz.”
(Borges toma su bastón, se levanta y camina -lentamente- penetrando en una neblina densa que entra por la puerta de la habitación de la clínica. El cuerpo de Beatriz asciende como una exhalación blanca hacia el techo y huye a través de una ventana que se abre súbitamente.)
Gran Final
(Egri, 2017 segunda edición, pág. 356; Egri, 2017 segunda edición).
Imaginario, Andrea (s.f.). “Cuento El Aleph de Jorge Luis Borges”. En: CulturaGenial.com. Disponible en: https://www.culturagenial.com/es/cuento-el-aleph-de-jorge-luis-borges/ Consultado: 1 de agosto de 2018, 4:01 pm. (Imaginario, s.f.)
Mínguez Arranz, N. (2022). Análisis semiótico de la representación del sujeto en «El Aleph» de J. L. Borges. Thesavrvs, 49(2), 245–274. Recuperado a partir de https://thesaurus.caroycuervo.gov.co/index.php/rth/article/view/357
(Mínguez Arranz, 1994)
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